domingo, 16 de septiembre de 2012

Cadenas.


El momento pasó. 

Fue en el paseo del puerto, mientras la luna os bañaba y las olas rompían al ritmo de tu corazón.

Sabias que sus labios eran el sustento de tu alma, pero aun así no los sellaste con un beso, haciéndolos tuyos para siempre.

Lo dejaste pasar, quizás por esa terquedad de no querer admitir que la necesitabas, después de cien noches repitiéndotelo.

Quizás por el miedo a resquebrajarte nuevamente, después de haber conseguido juntar tus pedazos en precario equilibrio. 

Que necio fuiste. Mil veces te maldigo.

No la acaricies y rías desenfadadamente, abrázala y no la dejes marchar. No le digas que estas bien, dile que sin ella solo eres una mitad.

Eres suyo, créeme. Los años no lo han cambiado. Todavía recuerdas su sonrisa, la de verdad, que te quita el frio, el miedo y hasta las dudas. Aun sabes el número de escalones hasta su piso, el perfume de sus mañanas y como saborea el chocolate, acurrucada bajo la manta.

Ahora esas son tus cadenas, la soledad tu condena, y tú mismo tu verdugo.

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