-Terminó. Es como cuando
escuchas tu canción favorita, ¿sabes?
Tienes los pelos de punta, el corazón se te acelera y cierras los ojos,
saboreando cada segundo. Y al final acaba. Puede que se apague lentamente, o
termine de una manera tan abrupta que te deje descolocado. Pero todas las
canciones tienen un final. ¿No?
Su amigo lo miro. Estaba claro
que no sabía que decir. La compasión bañaba sus ojos, pero lo conocía demasiado
bien, ese no era el camino.
-Sí, supongo. Pero los gustos
cambian. Puede que encuentres otra canción…
No. No había otra.
-No es eso, joder. Si, puede que
encuentre otra. Una que me guste incluso más, que me haga sentir en una nube.
Pero acabará, como todas. Y la ostia va a ser monumental.
De nuevo.
Notaba la frustración de su
compañero. Sabía que quería ayudarlo, pero en ese momento solo era consciente
del nudo que sentía en el estómago.
-Es normal estar mal…- Parecía
que iba a tirar la toalla.
-No es tristeza. Bueno, quiero
decir, no solo tristeza. Lo peor es esta sensación de estar como desorientado.
Estoy continuamente desorientado. No sé a dónde voy, me sobra el tiempo y me
faltan nuevos argumentos. Los viejos se pasean por mi cabeza como si no
quisieran irse nunca. Es un asco.
Se levantó, le dio una palmada
en el hombro y sonrió, pero solo con los labios.
-Vamos, te invito a una birra.
Nada había cambiado, el nudo
seguía ahí. Pero puede que esa noche consiguiera dormir un poco mejor.
Y, quien sabe, quizás a la
siguiente también.